10 de julio de 2024
Hay una expresión en francés que define la situación política en el país vecino: gâchis. Se puede traducir como “lío” o, si se prefiere algo no tan coloquial, “desorden”. Otros diccionarios sugieren “derroche” o “despilfarro”.
Cualquiera de esas acepciones vale para explicar lo que está ocurriendo en Francia después de las elecciones legislativas anticipadas por el Presidente Macron, sobre cuya intencionalidad se siguen cruzando interpretaciones de todo tipo.
El pánico ante un triunfo mayoritario del Reagrupamiento Nacional (RN) propició el compromiso del desistimiento entre el Nuevo Frente Popular y los partidos de la “mayoría presidencial”, con algunas excepciones determinadas por la realidad local de las circunscripciones en cuestión. El sistema electoral francés propicia esta suerte de alianzas informales pero efímeras: tienen caducidad cuando hablan las urnas. Es un recurso para evitar que gane un adversario común, pero no necesariamente para preludiar un pacto poselectoral o de gobierno.
Así las cosas, la estrategia de “faire barrage” (poner una barrera) al RN funcionó, como estaba previsto. Contrariamente a lo que se está diciendo, el resultado del domingo no puede ser considerado una “sorpresa”. El pacto del disentimiento anunciaba el triunfo relativo del Nuevo Frente Popular y el rescate de Ensamble (la coalición presidencial) y el consiguiente desplazamiento del RN a la tercera posición.
El primer objetivo del pacto está conseguido: cerrar las puertas del poder a la extrema derecha. Pero el siguiente, forjar una mayoría que pueda gobernar y convivir con el Presidente de la República, se antoja mucho más complicado. Ninguna coalición dispone del número de diputados suficientes para garantizarse el voto favorable en la Asamblea Nacional. El NFP tiene 182 diputados; Ensamble; 168; RN, 143; Los Republicanos, 46. El resto de los electos pertenecen a diversos partidos de izquierda, derecha, centro y grupos locales o regionales que pueden adherirse o no a una eventual mayoría.
El Presidente de la República no tiene la obligación constitucional de encargar el gobierno a la fuerza más votada. Su opción es política, es decir, derivada de un juicio que es, al cabo, personal. En 2022, ante una situación política análoga, sin un bloque mayoritario en la Asamblea, optó por elegir a los suyos y gobernar en minoría. Fue quemando primeros ministros y ejecutivos y gobernando por decreto hasta que las elecciones europeas le propinaron una severa bofetada con el triunfo rotundo del RN. Se ignora que hará ahora Macron, porque de momento ha optado por el suspense. No ha aceptado la dimisión del primer ministro Attal (su presentido “delfin”), mientras no se clarifique la situación (o se resuelva el gâchis).
Parece que se está lejos de un acuerdo análogo al del desistimiento entre Ensemble y el NFP. Una cosa es frenar a la ultraderecha y otra sentarse a gobernar. En uno y otro bloque, sin embargo, hay partidarios de esta opción. En el NFP, la derecha del Partido Socialista, en concreto la plataforma Place Publique, liderada por Raphaël Glucksmann. En Ensemble, el puñado de diputados electos más progresistas. La lógica de estos políticos es descartar el extremismo; es decir, reflotar el “consenso centrista”, la fórmula que ha dominado en Europa durante decenios y que sigue teniendo vigencia en el Parlamento Europeo, donde Glucksmann es diputado. Pero esa “solución” es ficticia y políticamente explosiva, porque supondría romper las dos coaliciones (la de la izquierda y la presidencial). No es imposible, pero sería costoso y arriesgado, porque la supuesta nueva mayoría seria endeble y sometida al designio de Macron.
La mayoría de la izquierda no está por la labor de dinamitar una coalición que ha devuelto la esperanza a millones de franceses. Pero las divisiones internas continúan amenazando un proyecto político cohesionado. El mayor problema se centra en la figura polémica de Jean-Luc Mélenchon, el líder de Francia Insumisa, que es el partido con más diputados (71) del bloque NFP, por delante del PSF (59), los ecologistas (28), el PCF (9), y escindidos o disidentes de los grandes partidos y regionalistas (12).
Los insumisos reclaman que Mélenchon sea el candidato a primer ministro, pero el resto de los grupos, que juntos suman más que LFI, no parece dispuesto a aceptarlo. Se busca un candidato de consenso. El Secretario General de los socialistas, Olivier Faure, se ha ofrecido. También parece tener opciones Marine Tondelier, la dirigente de los ecologistas. Se discute mucho y, de momento, se aclara poco. Es muy dudoso que, incluso descartado Mélenchon, Ensemble acepte otro candidato del NFP. Y es que en la coalición presidencial se empiezan a detectar otras tendencias.
En efecto, en las 48 horas siguientes a la segunda vuelta hay una actividad febril en el campo macronista. Los distintos grupos y tendencias han celebrado reuniones formales e informales. El diario LE MONDE asegura que incluso Renaissance, el partido nuclear del Presidente, se encuentra “al borde de la dislocación”. Se habla ya de escisiones inminentes, con la fracción izquierdista dispuesta a desgajarse. Los otros dos partidos de Ensemble también andan revueltos. Horizons, liderado por Edouard Philippe, ex gaullista y exprimer ministro de Macron, ha defendido públicamente un acuerdo con sus antiguos compañeros (Los Republicanos). El tercer partido, MODEM, es de momento más discreto, desde una posición centrista que puede bascular hacia cualquier lado.
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