KAMALAMANÍA

13 de septiembre de 2024

El primer debate (y último) entre Kamala Harris y Donald Trump ha hecho olvidar el anterior entre Biden y el expresidente hotelero que precipitó la retirada del primero de la carrera electoral.

Los medios liberales occidentales están entusiasmados por el resultado de esta confrontación retórica entre los dos candidatos. La mayoría considera que Trump estuvo “a la defensiva” frente a las críticas agudas y bien articuladas de la líder demócrata. En líneas generales, fue así. Pero difícilmente podía ser de otra forma. La capacidad intelectual y argumentativa de uno y otra es abismal. También la que debería haber habido entre Biden y Trump, si el actual presidente no se encontrara en tal lamentable estado de agilidad mental.

Los propios responsables de la campaña de Harris se muestran cautos sobre las consecuencias reales del debate. “Ganar un debate no es ganar las elecciones”. Obvio. En 2016, Hillary Clinton “desnudó” política e intelectualmente a Trump en los debates, y, como es sabido, aunque ganara las elecciones, la candidata demócrata no consiguió llegar a la Casa Blanca por el sistema electoral vigente.

La Vicepresidenta puso casi toda su energía y dedicó sus mejores reflejos a poner en evidencia las inconsistencias de Trump, en casi todos los asuntos que se abordaron. Tampoco es que fuera muy difícil. El expresidente estuvo en su línea: demagógico, mentiroso, exagerado hasta la estupidez, falaz, aturullado, impreciso y, en algunos momentos, faltón. Cualquier candidato demócrata, incluso sin las habilidades de fiscal de Harris, hubiera hecho emerger la personalidad de Trump.

Los medios han destacado sus referencias inventadas -y lo que es peor, absurdas- sobre los inmigrantes que se comen las mascotas o la pretensión demócratas de matar a recién nacidos en nombre del derecho al aborto. Esta sarta de disparates desacreditan al que las dice.

Kamala sonreía, a veces con un deje de condescendencia. Trató de contenerse, pero no pudo o no quiso hacerlo cuando citó a lideres mundiales no identificados, quienes consideran a Trump una “desgracia”, o cuando dijo que Putin “se lo merendaría”.

En las últimas encuestas antes de la confrontación televisiva, la distancia se había cerrado: un empate técnico liquida la ventaja adquirida por Harris en las semanas posteriores a su selección y posterior confirmación como candidata demócratas. Como era de esperar, se acabó el entusiasmo de la novedad y del alivio por la retirada forzada de Biden.

Una de las claves de este estrechamiento de las encuestas es que muchos de los consultados no estaban convencidos aún de votar a la demócrata porque “necesitaban saber más de ella, de lo que plantea hacer”.

El debate podía haber sido una oportunidad para lograr ese nuevo impulso que Harris necesita, pero parece que lo desperdició. Sólo en el asunto del aborto, Kamala se mostró más precisa y contundente. En los temas económicos, sociales o de política exterior se limitó a manifestaciones vagas y generales, continuistas y convencionales, sin arriesgar posiciones. Ella mismo se destapó al solicitar el apoyo de los republicanos que están hartos de Trump. Ni un guiño a la izquierda demócrata, tal vez porque da por descontado su voto para cerrar el camino de vuelta a Trump.

No termina de entenderse en ese establishment nebuloso compuesto por la clase política convencional, los medios de comunicación y los poderes fácticos que la solidez intelectual, la coherencia política e incluso la objetividad son valores contumazmente despreciados por esa inmensa población que apoya ciegamente a Trump.

Los elogios que los medios liberales han dedicado a Harris se antojan forzados. El resultado de la pelea dialéctica era previsible. La actuación evasiva de la dirigente demócrata, en cambio, es decepcionante. Aparte de la consigna “frenar a Trump”, haría falta algo más para ir a votar con responsabilidad en noviembre.

Otro síntoma de esta pérdida de sustancia ha sido la relevancia que se le ha dado al apoyo de la cantante Taylor Swift a la candidata demócrata. Sin duda, 250 millones de seguidores constituyen un bocado apetecible de votantes. A esto se está reduciendo la política norteamericana.

 

POSDATA: Un apunte marginal sobre los moderadores. Debe ser celebrado que corrigieran con datos o cuestionaran las mentiras de Trump (no era habitual en citas anteriores). Pero quizás se echó en falta que pidieran a los dos participantes que eludieran responder a las preguntas que se les hicieron sobre sus posiciones electorales.

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