La polémica del presidente venezolano, Hugo Chávez, con el Rey Juan Carlos y el presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, durante la Cumbre Iberoaméricana ha merecido un eco esperable en los medios de comunicación españoles.
Chávez no se controla, tiene pocos miramientos con los usos diplomáticos y formales de este tipo de encuentros y, además, mantiene siempre activos una actitud y unos modos vindicativos. El presidente venezolano tiene clavada la espina de la reacción de La Moncloa durante las horas en que permaneció arrestado en abril de 2002, mientras distintos sectores del Ejército se ponían de acuerdo en si destituir o no al mercurial presidente venezolano. Tiene motivos Chávez para sospechar que el gobierno Aznar respaldó el golpe cívico-militar, adoptando una posición prácticamente idéntica a la de la Casa Blanca. También en este caso brotó el "espíritu de las Azores". El entorno de Aznar y los responsables de política exterior del PP lo han negado vehementemente, pero sólo hace falta repasar declaraciones y actitudes de esos días para entender el malestar posterior de Chávez. Hace tres años el actual Ministro de Exteriores protagonizó una polémica por el mismo motivo con dirigentes políticos populares.
Probablemente, a ningún responsable político español le gustaría que un jefe de Estado o de gobierno extranjero intentará justificar que un dirigente político de su país no condenara expresamente el intento de golpe de Estado de 1981 o los atentados de ETA, por poner un ejemplo.
El problema de Chávez no es el fondo de su protesta, sino las formas. Su incontinencia, su vehemencia, sus maneras toscas le perjudican enormemente, porque todo el debate se desplaza del sentido final de sus intervenciones a la forma en que las defiende. Es inútil que se le explique o se le pida contención. Da la impresión de que se siente muy orgulloso de ellas.
Por cierto, y hablando de formas, los medios se han mostrado extremadamente comprensivos con la reacción del Rey de España. Sin que pueda compararse su comportamiento con el de Chávez, creo que el tono del Monarca fue innecesariamente destemplado. Es probable que el Rey estuviera irritado por algunas críticas vertidas en esta cumbre contra empresas españolas por parte de otros presidentes, próximos ideológicamente a Chávez. De hecho, se retiró muy molesto cuando el presidente de Nicaragua hacía comentarios duros contra una de esas empresas.
Más que ofenderse, al Rey le hubiera venido bien escuchar -que no quiere decir necesariamente compartir- algunas de esas opiniones. El comportamiento de algunas de las empresas españolas en América Latina deja mucho que desear. El Rey no es responsable de ellas. Se entiende que defienda los intereses generales, pero los intereses de las empresas españoles son particulares:, en todo caso, de sus dueños y accionistas, y muchos otros españoles ni tenemos ni debemos sentirnos aludidos.
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