1 de julio de 2010
Después del cambio en la cúpula militar norteamerica en Afganistán, la Casa Blanca confiaba en un nuevo impulso en el estado de ánimo. Pasada la euforia inicial por la rapidez y aparente brillantez de la fórmula elegida para salir del marasmo, lo cierto es que la cruda realidad sobre el terreno impone sus inquietantes perspectivas. Tres factores hacen muy complicado el éxito en Afganistán: la incierta victoria militar, la ausencia de un gobierno local estable y fiable y, finalmente, la persistencia de viejos conflictos étnicos y regionales.
¿VIETNAMIZACIÓN?
La primera de las condiciones para dar un giro positivo a la situación se vuelve cada día más problemática. A pesar de los crecientes recursos empleados, no se aprecia un cambio de tendencia en la dinámica militar. Que este mes de junio, con casi un centenar de muertos (exactamente, noventa y cinco), haya sido el más luctuoso para los aliados desde el comienzo de la guerra, hace casi nueve años, supone un elemento adicional de pesimismo y frustración. La OTAN ha tratado de compensar estas malas noticias con la publicación de estadísticas de tono más favorable. Más de un centenar de cabecillas talibanes habrían sido eliminados o capturados en los últimos cuatro meses, como resultado de la intensa campaña de las unidades especiales, el cuerpo del que procedía el defenestrado General McChrystal. El impacto de estas operaciones (cinco diarias, de media, contra objetivos permanente actualizados, preferente en el sur del país) habría provocado, según portavoces de la OTAN, que “algunos de sus líderes talibanes hayan comenzado a plantear la conveniencia de aceptar las ofertas de reconciliación” realizadas por el gobierno central. A pesar de que los talibanes han sido debilitados en su capacidad operativa, no terminan de consolidarse estas ganancias parciales o temporales. La operación de Marja, uno de los feudos insurgentes, es un caso significativo. La incapacidad del ejército afgano en tomar el relevo de la inicial ofensiva norteamericana ha hecho que los insurgentes hayan sido capaces de reconstruir sus posiciones en torno al lugar y de esta forma se encuentren en condiciones de dificultar y retrasar el proyectado asalto a Kandahar, que parece aplazarse definitivamente.
El incipiente ejército afgano se encuentra todavía lejos de convertirse en autosuficiente: depende en exceso de los tutores norteamericanos y occidentales, no cuenta con un liderazgo lúcido y competente y está sometido a las tensiones derivadas de las rivalidades políticas y tribales. Los potenciales integrantes de unas fuerzas armadas auténticamente nacionales se sienten más atraidos por los talibanes, que les ofrecen ganancias y recursos más cercanos e inmediatos. En Afganistán, el futuro no se mide en años, ni siquiera en semanas, sino en días. Por la exigencia máxima de sobrevivir.
Otro elemento que dificulta la consolidación de los éxitos militares occidentales es el aumento imparable de las victimas civiles afganas, como consecuencia de las operaciones diseñadas para reducir las bajas de soldados occidentales. Fuentes de inteligencia norte-americanas admiten que la población local sigue mostrando escasa simpatía cuando no abierta animadversión hacia las tropas extranjeras. Por todo ello, la inminente llegada de 30.000 soldados norteamericanos adicionales no constituyen garantía suficiente y cada vez son más los demócratas que presionan a favor de asegurar una estrategia y unos plazos de retirada escalonada.
UN GOBIERNO BAJO PERMANENTE SOSPECHA
El segundo factor que dificulta el éxito occidental es la descomposición del gobierno local. El ejecutivo de Hamid Karzai no es estable porque no es fiable y no es fiable porque no es estable. La corrupción es la norma, no la excepción. Como nadie confía en su capacidad para construir país, los que tienen capacidad de influencia aprovechan la coyuntura para enriquecerse y fortalecerse, por lo que pueda pasar. Las denuncias sobre casos de corrupción son continuas y extensas. La última, destapada esta semana por el WALL STREET JOURNAL, afecta al entorno más próximo al Presidente, como muchas de las anteriores más sonadas. Su inefable hermano y su vicepresidente estarían implicados en una trama que habría desviado y sacado del país más de 2 mil millones de euros provenientes de fondos recolectados por ong`s occidentales para la reconstrucción del país. La cantidad no es baladí, ya que sobrepasa el monto de impuestos y tasas aduaneras recolectados por el gobierno afgano.
REGRESO AL PASADO
Y el tercer factor desestabilizador es el recrudecimiento de las tensiones étnicas y tribales. Las denominadas minorías, es decir, los grupos étnicos no pastunes (tayikos, hazaras, uzbekos) contemplan con creciente desconfianza (según algunos observadores, con alarma) los contactos que el presidente Karzai y su círculo más estrecho mantienen con líderes talibanes (pastunes como él), bajo los auspicios de la cúpula militar de Pakistán. El jefe de las fuerzas armadas y el máximo responsable de los servicios de inteligencia de ese país se han involucrado directamente en las conversaciones en los últimos días, lo que evidenciaría el estado avanzado del proceso. El conocido periodista de guerra Dexter Filkins revela en el NEW YORK TIMES que los líderes tayikos, uzbekos y hazaras temen que se esté fraguando un pacto entre los pastunes del gobierno y los pastunes talibanes para repartirse en el poder. Cada día se perfila con más claridad la vuelta a la línea de fractura étnica que sumió a Afganistán en el caos, tras la retirada soviética, a mediados de los ochenta. El reciente cese de dos altos cargos relacionados con la seguridad, el jefe del Estado mayor y el jefe de los servicios de inteligencia, resultan muy significativos. Es cierto es que al primero Karzai lo convirtió en ministro del Interior, aparentemente una promoción política, pero en realidad una operación que neutraliza su capacidad operativa. Los dos dirigentes removidos son tayikos y fueron lugartenientes de Ahmed Massud, el líder histórico de la Alianza del Norte y feroz enemigo de los talibanes, eliminado por éstos dos días antes del atentado del 11 de septiembre. Los tayikos creen que Karzai está haciendo limpieza para evitar que las unidades militares de las etnias minoritarias pastunes estén en condiciones de rebelarse contra esta especie de conspiración pastún.
Desde el lado gubernamental, estas maniobras se presentan como la inevitable consecuencia del fracaso militar occidental. El cese del general McChrystal dejó a Karzai sin su principal aliado norteamericano y habría terminado de convencerlo de la necesidad de salvar su futuro y el de sus protegidos mediante un acuerdo honorable y productivo con los dirigentes talibanes que estén dispuestos a desahecerse de los elementos extranjeros de Al Qaeda. La administración Obama desconfía de esta iniciativa, pero no termina de desautorizarla, como una opción de reserva por si el aumento de la presión militar terminara resultando un fiasco.
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