30 de julio de 2024
En puertas del parón (figurado) de agosto, se acumulan las burbujas de la política internacional. Se trata de asuntos que se encuentran en suspensión: están a punto de estallar, de quedar en nada o de resolverse en otras burbujas de diferente naturaleza. Estas son las más destacadas:
1. Kamala Harris.
Es la burbuja mayor del momento. La Kamalamanía, como alguien ya ha definido el nuevo clima. Se trata de un fenómeno bizarro. La actual Vicepresidenta ha pasado de una posición política cercana a la irrelevancia a convertirse en la gran esperanza para detener lo que hasta el 20 de julio parecía inevitable: el regreso del gran perturbador Trump a la Casa Blanca. Hay varias explicaciones para ello. En primer lugar, el anuncio de la retirada de Biden se produjo cuando muchos demócratas ya se habían resignado al empecinamiento continuista del Presidente. Su decisión liberó energías y creó cierta euforia inicial, que no podía más que canalizarse en favor de Kamala, ya que ella fue la ungida por el autosacrificado líder. Ya que había cedido en su pretensión de seguir, hubiera sido poco elegante discutirle su derecho a designar el potencial sucesor.
Tan importante o más que esto, ha resultado decisivo en el impulso de Harris la percepción menos publicitada pero más intensa de que sigue siendo improbable -ya no imposible- que se puedan ganar las elecciones. Ninguno de los posibles candidatos demócratas alternativos a la Vicepresidente siquiera han insinuado su teórica disponibilidad; por el contrario, más bien han dejado claro que no tenían intención alguna de considerarlo.
En tercer lugar, los pesos pesados del partido se apresuraron a aferrarse a la opción Harris para evitar que una Convención abierta dejara en evidencia unas costuras internas más abiertas que nunca. Solo los Obama se hicieron querer: tardaron seis días en mostrar su apoyo a la candidata in pectore; y, aunque se mostraron efusivos, no pasó desapercibida su impostado entusiasmo. El expresidente prefería, y lo dejó claro antes de la rectificación de Biden, una contienda abierta. Pero incluso los sectores más a la izquierda del Partido lo dejaron solo y se decantaron por la consigna de la unidad.
Finalmente, la propia Harris se ha mostrado muy asertiva en su nuevo papel. Como documentaba esta misma semana el WASHINGTON POST, en pocos días la candidata ha sabido hacerse con el control de la maquinaria del Partido. Evidentemente, no ha sido difícil, ya que nadie le ha opuesto resistencia. Al cabo, los optimistas, los pesimistas y los neutros coinciden en que, llegados a este punto, Kamala es la única opción, tanto para ganar (apoyados en unos sondeos demasiado coyunturales, pero resultones), como para perder (derrota que puede ser terrible para el país, pero deja indemnes a todos los aspirantes presentidos para 2028).
La burbuja Kamala seguirá creciendo hasta llegar al apoteosis en la Convención de Chicago, la tercera semana de agosto. Luego, se verá. Como se sabe, la hora de la verdad en las elecciones norteamericanas empieza después del receso del día del Trabajo, el primer fin de semana de septiembre. En esos dos meses decisivos suele decantarse la balanza. La agresividad del tándem republicano -en su línea de los últimos años- no será tan decisiva cuanto la habilidad de la candidata demócrata para evitar tropiezos y errores. La línea a seguir ya está marcada: prioridad en señalar el carácter delincuencial de Trump y eludir clarificaciones sobre su propio programa.
Los conservadores que le imputan un progresismo radical exageran o leen muy mal a su adversaria. Harris puede perfectamente ser considerada una demócrata centrista; y, en algunos asuntos de seguridad y orden, bastante escorada a la derecha. En política exterior, no se le conocen posiciones rupturistas con la línea de Biden. Su pretendida mayor sensibilidad hacia el asunto palestino y la relativa frialdad que exhibió en su entrevista con el primer ministro israelí es solo aparente. Las diferencias con el Presidente pueden ser de estilo, no de sustancia. Lo mismo cabe decir en política económica. Se guiará por el pragmatismo no por las convicciones. Y por el imperativo de no cometer un desliz que le prive del voto de los indecisos o de los no partidistas.
2. El alto el fuego en Gaza
Durante semanas, la administración Biden ha anunciado la inminencia de una tregua en las operaciones militares israelíes en Gaza, para favorecer la normalización de la ayuda humanitaria y, sobre todo, la liberación de los rehenes vivos y la entrega de los muertos. Lo que ha ocurrido es lo contrario. La campaña israelí sigue con la crueldad acostumbrada, el sufrimiento de la población civil es cada vez mayor y la atención internacional disminuye día a día, por la “fatiga de la compasión” y por la perversa dinámica informativa habitual.
La burbuja del alto el fuego se diluye ante el peligro cierto de la apertura de un nuevo frente bélico en la frontera israelo-libanesa. Desde el 7 de octubre ese riesgo no ha hecho sino crecer, con escaramuzas constantes, lanzamiento de cohetes de Hezbollah contra objetivos en Israel y, en sentido contrario, represalias israelíes y asesinatos selectivos de líderes de la milicia chií. El episodio del Golán (muerte de doce personas de la comunidad colona drusa residente en un poblado del territorio sirio ocupado por Israel desde 1967) constituye un casus belli para el actual gobierno y para el mando militar. Se da por segura una represalia contundente. Pero sin que sobrepase el umbral de la escalada militar que, al parecer, nadie quiere: Israel, para no comprometer la fase final de su operación en Gaza; Hezbollah, para evitar que su milicia y su arsenal se vean seriamente diezmados; Washington, para no complicar la campaña electoral con un asunto que divide cada vez más a los demócratas; e Irán, para que la narrativa israelí de guerra total entre “barbarie y civilización” no se imponga como inevitable.
3. La pausa olímpica en la crisis política francesa
Los Juegos facilitaron a Macron la congelación de las consecuencias electorales. En nombre de la eficacia obligada en tal acontecimiento de repercusión planetaria, el Presidente se ha enrocado en el tablero del poder político. La izquierda, tras largas y penosas negociaciones, le presentó una candidata para dirigir el Gobierno: Lucie Castets, independiente y “técnica”. Macron rechazó con desdén la iniciativa.
La burbuja olímpica es la única que tiene fecha de caducidad marcada (mediados de agosto). Luego vendrá una rentrée más envenenada que nunca. El Eliseo tendrá que mover ficha: o bien prolongando la vigencia del actual ejecutivo en funciones, con discutible legitimidad democrática, o presionando al sector moderado del Nuevo Frente Popular para que abandone su pretensión de gobernar en minoría. Macron pide la izquierda lo que no se exigió a sí mismo desde 2022 hasta la osada disolución de la Asamblea, tras las europeas: una mayoría parlamentaria suficiente. La burbuja del pulso político puede reventar con furia y ruido en un enrarecido otoño.
4. Las “elecciones del cambio” en Venezuela.
Así las había presentado una oposición finalmente unida (o casi), haciendo de su victoria algo inevitable, que sólo el “robo” (cada vez más difícil) del chavismo podía evitar. La proclamación precipitada y dudosa de Maduro como vencedor confiere tensión a la burbuja del cambio, pero no la revienta. Las huestes de Corina Machado (Edmundo González es un candidato vicario) ya han proclamado que no van a aceptar un veredicto sobre el que pesan demasiadas objeciones, incluso en la izquierda regional. Si ha habido fraude o no es algo que llevará tiempo elucidar, de forma que la burbuja seguirá en el aire hasta que se evapore o se transforme en una peligrosa arma arrojadiza. Si la oposición, ante un cambio frustrado que creía tener a su alcance, opta por el ensayo de la vía insurreccional, esperando el apoyo exterior, Venezuela podría verse abocada a una guerra civil. El chavismo ya no es lo que fue: dividido y desvaído, apenas es una referencia para una minoría cívico-militar que se agarra a las prebendas acumuladas durante un cuarto de siglo convulso. Maduro cree tener el apoyo de Rusia y China para resistir, pero esa es otra burbuja enorme y vacía. La contienda será local, cada bando con sus bazas. Y sangrienta.
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