¿SEÑALES DE XENOFOBIA?

6 de febrero de 2009

Empiezan a escucharse desde diversos lugares, aunque no todavía no hayan adquirido una intensidad preocupante. A medida que la crisis económica va destruyendo empleo, se van produciendo declaraciones, manifestaciones y decisiones que reflejan una creciente actitud de rechazo o de prevención frente a los trabajadores inmigrantes.

No es casualidad que los lugares donde se han registrado los casos más flagrantes sean aquellos más apegados al modelo de crecimiento neoliberal y, por tanto, los más ajustados al espíritu de la globalización. Durante los años de bonanza esos países (Gran Bretaña e Irlanda, singularmente) han sido los más beneficiados, debido a un conjunto de normas (fiscales, laborales, etc.) que resultaron muy atractivas para el capital extranjero.

Pero ahora que el crecimiento se ha transformado en depresión y la inversión de tendencia tiene carácter global, el impacto se vive como una catástrofe. Gran Bretaña soporta dos millones de desempleados. Pero todo el mundo da por seguro que se franqueará la barrera de los tres millones antes de acabar 2009. Peor estamos por estos pagos, se dirá. Pero allí se habían acostumbrado a una oferta laboral abundante.

En Gran Bretaña, donde las regulaciones provenientes de Bruselas despiertan tantas suspicacias, en 1999 se adoptó en cambio con entusiasmo una directiva de tres años antes por la cual una empresa multinacional –directamente o a través de una filial local- podía contratar a trabajadores de su país de origen antes que a los locales. La multinacional tenía que respetar el derecho laboral local, pero no tenía por qué ofrecerles las mismas condiciones que a los trabajadores británicos.

En tiempos de oferta de empleo abundante, esto no despertó fuertes resquemores. Pero con el hundimiento de la actividad y el estrechamiento de los márgenes de ganancia, las empresas han empezado a acudir a la mano de obra inmigrante, más barata y menos protegida.

Los últimos casos han encendido la mecha. TOTAL, a través de una empresa subsidiaria italiana, ha contratado a miles de italianos y portugueses para ampliar una de sus refinerías en Lincolshire. Una concesionaria de ALSTHOM ha acudido a obreros españoles para la construcción de una central eléctrica en Newark.

Los sindicatos, presionados por una población trabajadora local cada vez más golpeada por la crisis, han reaccionado enarbolando eslóganes que unos pueden calificar de “nacionalistas” y otros de “xenófobos”, según cómo se interpreten.

El malestar es tan grande que las unions, a pesar de encontrarse limitadas por la restrictiva legislación sobre huelga impuesta por los gobiernos thatcherianos en la década de los ochenta, han optado por respaldar las protestas. La marea ha arrastrado al propio Gordon Brown. Después de haber alertado contra la tentación proteccionista desde la atalaya –este año deprimida- de Davos, el primer ministro se vio obligado a salir en defensa de los trabajadores británicos, en unas declaraciones a la BBC.

El mensaje de Brown fue interpretado a su conveniencia por ciertos sectores sindicales, que llenaron pancartas con frases más o menos textuales del primer ministro en las manifestaciones. Lo que obligó al propio Brown a matizar sus propósitos, con pronunciamiento conciliadores.

Valió de poco, porque pesos pesados de su gobierno se enzarzaron en una polémica abierta. Mientras el “liberal” Mandelsson (Ministro de Comercio) defendía las prerrogativas de las empresas y el riesgo del proteccionismo, el exsindicalista Johnson (Ministro de Sanidad) se mostraba partidario de defender en Bruselas un cambio de normativa para proteger a los trabajadores británicos.

El dominical de centro izquierda THE OBSERVER le recordaba a Brown que “los trabajadores británicos necesitan derechos, no protección” y le prevenía de lesionar a los inmigrantes, quienes han proporcionado “beneficios inconmensurables al Reino Unido”.

La desesperación crece y la presión para “echar” a los inmigrantes, hoy todavía contenida, puede convertirse en febril. El economista italiano Tito Boeri expresaba estos temores en el diario LA REPUBLICA y el ministro portugués de exteriores se escandalizaba por la dimensión y alcance de la protesta.

Italianos, portugueses y españoles han sido los destinatarios de la irritación más reciente. Pero el principal blanco son los polacos. Desde la entrada de Polonia en la UE, en 2004, cientos de miles de polacos llegaron a las Islas Británicos, beneficiados por la libre circulación de trabajadores y por las distintas manifestaciones del boom económico (inmobiliario, financiero o industrial). Fueron muy bien aceptados, por su fácil adaptación cultural, sus similitudes raciales y su actitud acomodaticia.

Ahora, empieza el camino de vuelta. En Irlanda, el fenómeno ya adquiere dimensiones notables. Para su emblemática fabrica de Limerick, DELL contrató a 15.000 polacos, el 15% de toda la población local. La multinacional británica ha hecho saber que seguirá contratando polacos… pero en Polonia, donde ha decidido “localizar” su producción. El “tigre céltico” ha dejado de parecerle atractivo.
El paro en Irlanda alcanzó en 8,5% en 2008. Pero no se ha tocado fondo, y los irlandeses pierden sus empleos a un ritmo más rápido que los polacos, muchas veces más cualificados, pero peor pagados. En un reportaje reciente, LE MONDE constataba que el sentimiento antipolaco en Irlanda es ya claramente perceptible. Pero, de momento, no se han registrado “actos hostiles”.

Estas primeras manifestaciones de xenofobia –o de nacionalismo- tienen sus antecedentes en Estados Unidos. Los últimos años de la administración Bush se han caracterizado por una creciente hostilidad hacia los inmigrantes. En un reciente editorial, el NEW YORK TIMES acusaba al gobierno de perseguir con más saña a los trabajadores indocumentados extranjeros que al crimen organizado, en una campaña que calificaba de “desproporcionada y cruel”. En otro comentario, el diario neoyorquino mostraba su preocupación por la falta de compromiso de Obama en esta materia. El otro día, una organización claramente xenófoba, la Coalición por el futuro trabajador americano, iniciaba una agresiva campaña en televisión.

Tal vez sea prematuro alarmarse, pero Europa debería estar atenta a este clima inquietante.

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