2 DE JULIO DE 2009
El ejército norteamericano ha completado la primera fase de su retirada de Irak, en un clima de euforia nacionalista fabricada e irreal en Bagdad y de preocupación creciente en Washington.
La fecha del 30 de junio es una más en un calendario plagado de plazos y compromisos más formales que reales. Es cierto que la presencia militar norteamericana no se dejará notar en las ciudades a partir del 1 de julio, pero 130.000 soldados permanecerán movilizados en las afueras de las zonas urbanas, por si acaso su concurso vuelve a antojarse necesario.
A pesar de este movimiento de tropas a zonas fuera de foco, lo cierto es que los militares norteamericanos continúan siendo la principal garantía de seguridad, en un escenario cada vez más convulso. A numerosos analistas norteamericanos les resulta grotesca la exhibición nacionalista del primer ministro, el chíi Nuri Al Maliki, lanzando proclamas de soberanía nacional y de autosuficiencia en materia de seguridad. Nadie se lo cree, empezando seguramente por él mismo. El jefe de los efectivos norteamericanos, General Odierno, se ha tomado con un cinismo pragmático los comentarios extemporáneos de Maliki y con una habilidad esperable le ha dejado en su sitio, sólo reproduciendo las palabras de agradecimiento que le ha trasladado estos días el propio jefe del gobierno iraquí. Un mensaje público y otro privado, por tanto.
La charlotada se ha completado con una programación especial de la televisión estatal, saturada de exaltación nacionalista, desfiles militares y un exagerado festival de fuegos artificiales que ha dejado fríos a los iraquíes e indiferentes a los protectores norteamericanos.
Pero más allá de este espectáculo privado de credibilidad y sensatez, emerge tozudamente la fragilidad del sistema político iraquí y las amenazas de desestabilización. El incremento de los enfrentamientos cotidianos y la escalada de ataques terroristas preludian una nueva etapa de violencia y miedo. Sólo el mes de junio murieron 300 iraquíes y 10 norteamericanos en actos violentos. La propaganda complaciente del gobierno no convence a la población ni genera confianza alguna, y las dudas sobre la unidad del poder arrecian.
Los sunníes llevan meses advirtiendo que el autoritarismo creciente del gobierno Al-Maliki amenaza la reconciliación. Los esfuerzos del ejército norteamericano de “comprar” a destacados dirigentes de la insurgencia para alejarlos de los extremistas jihadistas e insertarlos en el proyecto de reconciliación se ven ahora gravemente comprometidos al no haber cumplido el gobierno las entregas prometidas de dinero. Los líderes más prominentes del denominado “Consejo del Despertar” exigen que se coloque a sus casi cien mil miembros en puestos de la seguridad, la administración o la industria, como se había pactado. En vez de cumplir las promesas, el gobierno ha respondido al desafío con detenciones temporales de los portavoces más ruidosos o amenazantes, para disgusto de Washington, que ve peligrar los esfuerzos de una reconciliación inducida.
Por su parte, los kurdos refuerzan sus posiciones militares con vistas a convertir en hechos consumados el control de importantes zonas ricas en petróleo en el norte del país. Los peshmergas o milicianos kurdos están en condiciones de asegurar un estado dentro del Estado. Los árabes sunníes a quienes Saddam benefició en perjuicio de los kurdos, no se resignan a perder el control de estas bolsas petroleras y han acudido a la protección de los jihadistas pertenecientes al grupo denominado Al Qaeda de Mesopotamia para defender sus intereses. En medio de este conflicto, las garantías del gobierno central sobre la unidad del país suenan a palabrería hueca.
Una gestión política lamentable se ve agravada por una competencia militar y policial absolutamente quebrada. La tarea de formación y adiestramiento de los norteamericanos no ha dado aún los resultados esperados. El NEW YORK TIMES aseguraba esta semana en un editorial desacostumbradamente largo que las fuerzas armadas iraquíes “estaban minadas por la corrupción, problemas de disciplina, escasez de equipamiento y brechas de seguridad”. El gobierno puede seguir jugando a ser soberano y edificar una ruidosa propaganda, pero su dependencia de los norteamericanos en inteligencia, logística y apoyo aéreo es absoluta.
A estos problemas y desafíos se une la insatisfacción de la población civil, que sigue sin ver el día en que los servicios públicos básicos estén normalizados. O la desesperación de los cuatro millones de refugiados que tienen muy difícil el regreso.
Obama es muy consciente de la oscuridad que domina el panorama, de ahí la discreción con que ha dejado correr esta enésima fecha del calendario de desactivación militar, heredado de la anterior administración.
El destacado editorialista del WASHINGTON POST Dan Balz advierte cierto desinterés de la opinión pública norteamericana sobre el futuro de Irak, tal vez por el cansancio ante un problema cuya resolución sigue pareciendo lejana. Pero el presidente Obama no puede escapar a un dilema apremiante: o relajar la tutela sobre todos los grupos de poder iraquíes para que se vean obligados a entenderse, o implicarse más activamente en el control remoto del país para prevenir una influencia más decisiva de los vecinos.
El que más inquieta, sin duda, es Irán. El primer ministro Al Maliki cada vez hace más guiños de complicidad a Teherán y el discurso de su formación política, Al Dawa, está cada vez más en sintonía con el integrismo iraní. Los analistas norteamericanos, a derecha e izquierda, coinciden. El WALL STREET JOURNAL asegura que la línea dura que se ha impuesto en Irán cuenta con aumentar su influencia sobre sus correligionarios chíies en Irak y no dudará en utilizar la fuerza si es necesario. Robert Dreyfuss, en el semanario progresista THE NATION, afirma que Al-Maliki “se parece cada vez más a un dictador” y se ha asegurado el control de la disidencia mediante un sistema reforzado de agencias de espionaje interno y el amparo externo de las autoridades iraníes.
En enero están previstas elecciones generales, momento en el cual Al Maliki cuenta con consolidar su base de poder. En agosto de 2010 está previsto que las fuerzas de combate norteamericanas abandonen Irak y a finales de 2011 no quedará un solo soldado norteamericanos en el país. Demasiado tiempo y demasiados riesgos para cantar victoria.
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