FRENTE A LA SECTA DE LAS CIFRAS, MIDAMOS LA FELICIDAD

17 de septiembre de 2009

El ejercicio político-económico practicado de forma obsesiva en la rentrée europea es la cábala sobre la salida de la crisis. Las grandes organizaciones internacionales, escarmentadas por los precedentes escasamente alentadores, tratan de afinar lo más posible y, sobre todo, extreman las cautelas. Pero más allá del diseño de escenarios y de la administración del optimismo y el pesimismo, la crisis ha servido también para cuestionar ciertos fundamentos que se consideraban sólidos. Además, desde otras latitudes menos ortodoxas, se ponen en duda los instrumentos de medición de lo que funciona y lo que no, lo que es consistente con los intereses y aspiraciones de la mayoría de población y lo que responde simplemente a construcciones abstractas, lo que refleja más fielmente la realidad social y lo que la oculta, camufla o distorsiona.
Entre tanta previsión revisada, especulación obligada y cálculo orientado a fines interesados, ha pasado casi desapercibida, al menos en España, una interesante iniciativa que propone modificar la medición de la riqueza, el desempeño económico y su imprescindible reflejo social. Después de casi un año de trabajo, este proyecto ha sido presentado públicamente en la Sorbona de París, en forma de Conferencia Internacional dedicada a su estudio y desarrollo, inaugurada a comienzos de semana por el Presidente Sarkozy, impulsor político de la idea.
De momento, el resultado básico de la iniciativa es el llamado Informe Stiglitz, un estudio liderado por el Premio Nobel de Economía y Presidente del Consejo de asesores económicos del Presidente Bill Clinton. Junto a Stiglitz han trabajado también, como cabezas visibles del estudio, el también Premio Nobel de Economía Amartya Sen y el Presidente de Observatorio francés de coyunturas económicas, Jean Paul Fitoussi. El propósito del estudio consiste en “desarrollar nuevos instrumentos de medida de la riqueza de las naciones”. O, como resume LE MONDE, el diario que más espacio le ha concedido, este proyecto pretende “poner por delante la medida del bienestar de la población sobre la de la producción económica”.
Lo que Stiglitz, Sen, Fitoussi y otros diecisiete “sabios” han hecho es poner en evidencia las trampas del actual sistema económico y social, empezando por todo ese conjunto de instrumentos y mediciones que lo legitiman y prolongan sus imposturas. Algunos resaltados en el informe reflejan el entramado de falsedades, inexactitudes o imprecisiones encubiertas.
El primer indicador cuestionado es, lógicamente, el PIB, base tradicional de cualquier análisis económico que se precie y quiere atraer reconocimiento público y político. No es que el PIB no sirva, pero es preciso ajustarlo mediante otras variables, para que lo que indica sea relevante para determinar el bienestar económico. Los investigadores proponen que se sustituya el indicador del Producto Interior Bruto, tal y como está ahora, por el de Producto Nacional Neto (PNN), que mediría no sólo la producción, sino también la depreciación del capital. Como dicen los autores, con ironía y afán provocador, para que salga un PIB mejor es preferible que el país sufra una catástrofe porque en su cálculo inciden al alza los gastos de reconstrucción, mientras que se omite la reducción que supone los daños ocasionados. Éste último es sólo un ejemplo de la dimensión económica. Pero las propuestas más interesantes son las que se realizan en el ámbito de la recolección de datos sociales, y no todos cuantitativos: lo que Sarkozy resumió con la muy francesa divisa de “medir la felicidad”, para liberarnos de “la secta de la cifras”.
Los expertos concluyen su informe con un paquete de doce recomendaciones que constituyen una especie de catálogo de prevención de la ceguera económica, tan generalizada, según se ha comprobado en la gestación, desarrollo y reproducción de la crisis. La inadecuación de los sistemas de medición y contabilidad podría esta a la altura de los enfoques de análisis, diagnósticos y propuestas de intervención, según los participantes en este estudio, casi todos ellos conocidos por su saludable resistencia a las corrientes dominantes en el pensamiento económico de los últimos treinta años. Junto a la ya mencionada reconsideración del PIB, éstas son las propuestas más sugerentes:
- Tener en cuenta el patrimonio; es decir, aplicar a las personas y familias los conceptos de activos y pasivos que se utiliza para analizar las empresas.
- Crear un índice divisorio que separe a la población en dos partes iguales: los que están por encima y los que se sitúen por debajo de un “ingreso medio”, lo que contribuirá a medir mejor la justicia social de una colectividad.
- Incorporar las actividades no mercantiles en las contabilidades nacionales. Estas prácticas son muy habituales en el área de los servicios domésticos. Muchas personas son trabajadoras activas en el ámbito familiar, pero el producto que generan no se mide, porque no se intercambia por un salario.
- Incluir la medición de la calidad de vida en la determinación del bienestar material, lo que incluye el desempeño de los servicios de salud, educación, empleo sostenible, vivienda decente, entorno seguro y participación política y social. El objetivo sería construir un “índice sintético”. Igualmente, sería relevante medir el impacto de la calidad de vida en otros dominios económicos, como la productividad, la conflictividad social, etc.
- Evaluar de manera exhaustiva las desigualdades (social, de género, edad, raza, etc.), con énfasis especial en las derivadas de la inmigración.
- Incorporar el factor subjetivo; es decir, la evaluación que cada uno hace de su vida, la autopercepción de satisfacción e insatisfacción, etc.
- Evaluar la “sostenibilidad del bienestar”, o su capacidad para mantenerse durante tiempo.
- Establecer una batería de indicadores ligados al medio ambiente.
Algunos medios escépticos insinúan que más que perseguir una mejor fotografía social, lo que ha pretendido el presidente francés es maquillar ciertos resultados económicos estructurales franceses poco estimulantes. El FINANCIAL TIMES sostiene que “el principal objetivo de Sarkozy , al menos antes de la crisis, era el de elevar la tendencia de crecimiento de Francia en un punto porcentual”. Lo que no se entiende es que insignes economistas se hayan prestado a tal maniobra. En todo caso, Sarkozy pretende presentar esta iniciativa a sus socios europeos. Si realmente se produce, el debate puede resultar realmente interesante.

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