20 de Noviembre de 2014
Eurasia
no es sólo la ficción literaria que construyó el novelista británico George
Orwell en su afamada '1984'. Hoy en día es la proyección geopolítica de un eje aún difuso, desde luego inmaduro y en muchos
aspectos contradictorio que define las relaciones (futuras más que presentes)
entre China y Rusia.
Estados
Unidos hace tiempo que considera el escenario asiático como el principal asunto
de su agenda internacional. Por mucho que se vea 'entretenido' en conflictos 'tradicionales'
como Oriente Medio y el este de Europa, Obama ha sido el Presidente que con más
claridad ha definido esta prioridad estratégica ('pivot to Asia') y el
que más frustración ha sentido por no poder dedicarle más tiempo, energía y
recursos y obtener más resultados.
'Asia
es el futuro'. A fuerza de escucharlo de labios y plumas de expertos en
relaciones internacionales anglosajones (y algunos europeos continentales),
esta aseveración se convierte en auto-profecía cumplida. Lo que ocurre es que
el futuro sigue lastrado por viejos vicios del pasado. Ese espacio de libertad
de comercio, crecimiento económico, avance tecnológico y vigor productivo es
una visión ilusoria.
Asia,
el Extremo Oriente, es, todavía, un espacio cargado de demonios: autoritarismo,
conculcación extendida de derechos humanos, represión, explotación laboral,
desigualdad social, individualismo feroz. Frente a la visión norteamericana de
crear algo parecido a lo que ha sido el proyecto europeo (prosperidad
económica, democracia política y equilibrio social), en Asia persiste una
inercia muy alejada de los intereses de las mayorías.
CLAVES
DEL ACERCAMIENTO
El
eje China-Rusia es hoy el elemento central de la realidad asiática, aunque ambos
países no hayan forjado formalmente una alianza. Lo que convierte a esta dupla
en la realidad geopolítica más poderosa de Asia es una amplia convergencia de
intereses, pese a que, en algunos aspectos, se enfrenten a contradicciones no
poco sustanciales.
El
profesor Gilbert Rozman, de la Universidad de Princeton, acaba de publicar un
libro sobre el "desafío chino-ruso" al "Orden mundial". En
él sostiene que hay seis razones por las cuales la actual cooperación entre
Pekín y Moscú no es pasajera (1):
1)
la proximidad de ideologías funcionales para justificar su dominio interno, lo
que se traduce en un respeto mutuo y recurrente.
2)
el discurso de reproche a Occidente, al que acusan de no haber cambiado su
mentalidad de la 'guerra fría'.
3)
el convencimiento de que el modelo económico occidental ha entrado en una
crisis irreversible desde 2008 y se ha mostrado inferior al de ellos.
4)
el fortalecimiento de las relaciones bilaterales como mejor antídoto frente a
las percibidas amenazas exteriores.
5)
el esfuerzo de mantenerse en el mismo lado durante las disputas
internacionales, evitando las innegables discrepancias existentes.
6)
el sostenimiento de campañas de promoción de la 'identidad nacional', herramiento
para justificar el rígido control y la represión de las contestaciones
internas.
EL
GAS, COMO FARO DE LA COOPERACIÓN
Estos
parámetros de coincidencia se traducen en acuerdos de cooperación de alcance
estratégico. La energía es el dominio principal: en el plazo de sólo unos meses
se han suscrito dos acuerdos de gran alcance.
El
primero consistió en la venta preferencial de gas ruso a China, por valor de
400 mil millones de dólares. Operación muy ventajosa para Pekín, porque el
precio era realmente bueno y ayudaba a satisfacer imperiosas necesidades chinas
de energía; pero también para los rusos, porque se aseguran un contrato
sustancioso y con proyección de continuidad, en un momento de clara hostilidad
occidental, debido a la crisis de Ucrania.
El
segundo acuerdo, aún provisional, anunciado en la cumbre de la APEC, contempla
la apertura de un segundo gasoducto desde Siberia Occidental hacia las regiones
occidentales de China, que permitirá suministrar 30 mil millones de metros
cúbicos de gas ruso a China, durante 30 años a partir de 2018. Falta por
concretar el precio. Pueden surgir problemas ya que estos contratos del gas se
fijan en función del precio de mercado del petróleo, que ahora se encuentra
ahora muy claramente a la baja. Otros elementos técnicos hacen que el contrato
sea menos sustancioso para Rusia. Pero la voluntad de cooperación es innegable.
Que
el socio chino crezca en dimensión e importancia hace que Rusia dependa menos
de sus tratos con Europa Occidental y, por lo tanto, que contemple con menos
preocupación las sanciones presentes y futuras por Ucrania u otras crisis
eventuales en su zona de influencia.
China
valora el gas ruso porque le permite reducir su dependencia del carbón y otras
fuentes menos limpias de energía. Esta es una de las razones de su mayor
flexibilidad en el asunto de las emisiones, que ha permitido el reciente
acuerdo inicial con Estados Unidos, clave del esfuerzo internacional por
afrontar el cambio climático.
Pero,
además, la ruta siberiana occidental resulta mucho más segura que la marítima.
Eso es al menos lo que se percibe en Pekín, donde crece el recelo por la
actividad creciente de la maquinaria militar norteamericana en el Pacífico.
LA
PREOCUPACIÓN DEL BLOQUE OCCIDENTAL
Uno
de los principales expertos de las relaciones chino-norteamericanas, Michael
Pillsbury, afirmaba hace poco que "China y Estados Unidos se están
preparando para la guerra" (2). La
afirmación parece alarmista, pero refleja un estado de desconfianza creciente
entre Washington y Pekín, pese a los intentos de ambos presidentes de
establecer un diálogo sincero y productivo. Es un hecho que ambos países
compiten por la hegemonía en Asia. El intercambio de información militar, pese
a las promesas, sigue sin producirse. Los ejercicios militares de ambas partes
abonan recelos mutuos. El riesgo de escalada no está controlado.
El
otro frente de confrontación es el económico y comercial. Al proyecto norteamericano
de una Zona TransPacífica, de la que excluye a China, Pekín responde con otro
de similar alcance pero limitado a países asiáticos, lo que deja fuera a
Estados Unidos. Otro elemento de importancia en la consolidación de su
hegemonía regional es la creación de un banco de financiación de infraestructuras,
iniciativa muy seductora, porque se perfila como alternativa a las
instituciones actuales controladas por Washington.
Los vecinos de China, casi sin
excepción, confían en que Estados Unidos no se repliegue. Pero algunos de
ellos, como Japón o Corea del Sur, no se fían completamente del compromiso
norteamericano y ensayan fórmulas de distensión con Pekín. Mientras, China
desea contar con Rusia como un elemento invaluable de reequilibrio regional, ya
que ésta es también una potencia asiática a la par que europea. Pero tampoco
descuida las oportunidades de abrir grietas en la alianza regional liderada por
Estados Unidos.
En
definitiva, las claves de la hegemonía mundial, en un futuro inmediato, se
ventilarán en el Extremo Oriente.
(1) Artículo para FOREIGN
AFFAIRS, 29 de Octubre de 2014.
(2) Artículo escrito para FOREIGN
POLICY, publicado el pasado 13 de noviembre.
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