14 de Agosto de 2015
Si
se confirman las encuestas, el Partido Laborista británico podría estar a punto
de profundizar el giro a la izquierda. Jeremy Corbyn, un veterano diputado que
se define como "socialista" y defiende un programa clásico de
primacía de defensa de los servicios públicos y los derechos laborales y plantea
una amplia intervención estatal en la economía, se perfila como favorito de
unas primarias que se desarrollarán por espacio de casi un mes.
BAJO
EL EFECTO DE LA DERROTA
Tanto
para los partidarios como para los detractores de esta tendencia, se trata de
una auténtica sorpresa. La derrota electoral del pasado mes de mayo parecía
haber reforzado a los centristas, contrarios a la orientación izquierdista
impulsada por el malogrado Ed Milliban, en todo caso mucho más tibia que la que
ahora impulsa Corbyn.
El
fracaso de Milliban debe atribuirse a una estrategia de alianzas fallida. Se
dejó intimidar por la retórica patriótica de los conservadores frente al auge del
nacionalismo escocés, reforzada tras la derrota independentista del año pasado,
y rechazó un pacto con un SNP, claramente orientado a la izquierda.
El
error de cálculo consistió en creer que el electorado progresista que podría
perderse en Escocia se compensaría con la recuperación del voto trabajador en
Inglaterra. Al final, ni una cosa ni la
otra. El Labour se volatilizó en
Escocia y no pudo contener la marea populista antiimigración y antieuropeísta
del UKIP en Inglaterra, aunque el sistema electoral redujera a mínimos la representación
de este grupo en el Parlamento.
Los
laboristas moderados no perdieron tiempo en denunciar la política suicida
de Milliban y reclamaron un "regreso
al centro". En realidad, no puede
hablarse de una corriente blairista en el laborismo, en el sentido de
fidelidad a un liderazgo personal. Por el contrario, la herida de la guerra de
Irak no se ha cerrado y la entrega posterior de Tony Blair a negocios lucrativos vinculados
a dictadores o dirigentes dudosamente democráticos ha terminado por arruinar,
quizás para siempre, su capital político.
Pero
la línea moderada del laborismo sí se reclama de esa "tercera vía"
que Blair encarnó, de disciplina fiscal, moderación del gasto y predominio de
la empresa privada. Es un debate que el laborismo arrastra desde hace más de
tres décadas. El partido que representa la opción viable de izquierdas en Gran
Bretaña no se ha recuperado completamente de las humillantes derrotas de los
ochenta frente a Margaret Thatcher. Creía haber enterrado sus fantasmas con las
tres victorias de Blair, pero la forma tan ominosa en que el ex-premier hizo
derivar su carrera política reabrió el histórico dilema de su partido. Consecuencia
de todo ello, ha sido la poderosa emergencia de un líder situado en lo más a la izquierda que pueda encontrarse en
el partido.
EL
'FENÓMENO' CORBYN
Jeremy
Corbyn, un veterano diputado de Islington, una circunscripción del norte de
Londres, con los sesenta bien cumplidos y una trayectoria sin ambigüedades ideológicas.
Los sondeos le colocan claramente en cabeza (más del 50% de las preferencias),
muy por delante de sus tres rivales, todos ellos anclados en el sector moderado
o centrista.
Corbyn
cuenta con el apoyo político y económico de la mayoría de los Unions,
los poderosos sindicatos, que siguen jugando un papel determinante en el
partido, pese a su claro declive de las últimas décadas. El candidato emergente
es todo menos un obediente parlamentario. Ha votado 500 veces contra la línea
política marcada por el liderazgo del partido (whip) en Westminster.
El
programa que propone, sintetizado en 10 prioridades, contempla el rechazo de la
austeridad, la reforma de los servicios públicos sin recortes, el abandono de
la privatización de la sanidad, recuperación del control público en empresas
claves de transporte y energía, un empleo "decente", el control del
precio de los alquileres, un compromiso
ecológico contra el cambio climático y el final de las "guerras
ilegales" contra el terrorismo.
Corbyn
no era un completo desconocido, desde luego. Contaba con una amplia simpatía,
incluso de quienes no comparten su línea ideológica, debido a su honestidad,
claridad y coherencia. Su estilo vintage es fácilmente reconocible para
una izquierda militante clásica: no conduce, no bebe, no lleva corbata y se
empeña en mantener discreción sobre su vida personal, aunque se han publicitado
ampliamente sus crisis matrimoniales (dos divorcios).
La
clave de su condición de favorito, sin embargo, sería más reciente, según la
mayoría de los analistas británicos. Fué el único de los cuatro candidatos al
liderazgo laborista que votó en contra del programa de recortes del estado de
bienestar que el primer ministro Cameron presentó al Parlamento tras su
victoria electoral. Andy Burnham, Yvette Cooper y Liz Kendall, los rivales de Corbyn, optaron por
abstenerse, siguiendo la narrativa oficialista, que interpretó el veredicto de
las urnas como una tendencia favorable al control del gasto público.
Corbyn
optó por la coherencia ideológica frente al cálculo electoralista. De inmediato
se atrajo la simpatía de un amplio sector de las bases laboristas más fieles. Le
ayudaron sus buenas cualidades oratorias y un áurea de honradez. En pocas
semanas se organizó un movimiento de apoyo que recuerda, por la amplia
presencia de público juvenil, a la marea del 'we can' que aupó a Obama, salvando
las distancias. En gran medida, Corbyn está más próximo a Syriza o a Podemos
que a sus correligionarios continentales de la socialdemocracia.
POLÉMICO
PROCEDIMIENTO DE LAS PRIMARIAS
La
corriente moderada empezó a preocuparse por el fenómeno Corbyn. El propio Blair
irrumpió en el debate con un comentario descalificador: "quienes sientan
que su corazón se inclinan por Corbyn, deberían someterse a un
trasplante", dijo. Los centristas argumentan que Corbyn es el
"candidato de los tories", porque éstos saben que con ese líder los
laboristas nunca ganarán unas elecciones, y emplazan a los militantes a no
repetir el error de Milliban.
El
procedimiento de elección del líder laborista ha profundizado e incluso
envenenado la polémica. Hasta ahora sólo votaban los militantes. Pero este año,
con el objetivo de ampliar la base social del partido, se permitió participar
al público en general, eso sí, pagando 3 libras por inscribirse en el censo. Las
inscripciones externas se han cifrado en 70.000.
Representantes
de los equipos de campaña contrarios a Corbyn cuestionan la gestión del censo
por varios motivos. Por un lado, denuncian que miles de simpatizantes de otros
partidos se han apuntado con la única intención de favorecer una victoria
interesada del candidato izquierdista. Además, acusan a los sindicatos de
opacidad en la lista de 90.000 afiliados
que aportan a las primarias, un 30% de la militancia total laborista,
fijada en 280.000.
Con
respecto al entrismo malintencionado, la dirección del partido ha
anulado más de mil inscripciones y estudia otras tantas para evitar esta
"infiltración sospechosa". El aparato trata de dar una imagen de
neutralidad y solvencia, extremando la inspección del proceso. En todo caso, ni la participación vírica ni
cualquier otra presunta manipulación del censo parecen alcanzar una dimensión
suficiente como para condicionar el resultado. La preferencia por un giro a la
izquierda parece legítimamente mayoritaria en el laborismo.
Estos
días se recuerdan antecedentes similares. A comienzos de los ochenta, la
corriente pacifista de oposición a los 'euromisiles' impulsó el liderazgo
izquierdista de Michael Foot, que Thatcher destrozó en 1983, con una reelección
aplastante. El laborismo reincidió en una línea obrerista, como reacción
a la política thatcherista agresiva contra las Unions, tras el conflicto
minero; el resultado fue la derrota electoral, aunque menos aparatosa, de Neil Kinnock, en 1987, que se repitió en
1992, ya con John Mayor al frente de los tories. Corbyn representa, en
cierto modo, una línea de continuidad con Foot y Kinnock ( y, en menor medida,
Ed Milliban), pero más ideológica que sociológica (es hijo de un ingeniero y de
una profesora de matemáticas).
Algunos
analistas aventuran que la elección puede ser provisional, sólo para
denunciar con más viveza la política conservadora en el Parlamento, y dejar
paso, más tarde, una opción moderada, con el objetivo de recuperar el voto
centrista. Una maniobra de esta naturaleza podría resultar, a la postre, mucho
más perjudicial para el laborismo, que una apuesta clara y honesta, en el
sentido que sea.
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