14 de Septiembre de 2015
Europa
vuelve a recuperar el debate de los valores. Después de ocho años capturados
por elementos como déficit, deuda, equilibrio presupuestario, gasto público,
prima de riesgo y un largo etcétera, de repente los mismos líderes que han justificado
su gestión sobre esos imperativos llevan al primer plano de la atención pública
los valores. La Europa oficial relega lo técnico y prioriza lo humano. Cuidado
con esta transformación del discurso. Es engañosa.
Lo
que este verano ha modificado la prevalencia del discurso europeo en favor de
un énfasis más humano ha sido la acumulación, en las fronteras europeas, de
personas huidas es de zonas de conflicto(s). Así, en plural: conflictos
bélicos, en algunos casos, más inmediatos, y conflicto(s) permanentes (pobreza,
miseria, represión), no excluyentes entre sí. Sin embargo, lo que ha venido en
llamarse "crisis de los migrantes o de los refugiados" no ha ocurrido
de repente ni, por supuesto, puede considerarse como un fenómeno en modo alguno
nuevo. Más intenso, desde luego, y también en parte por ello más publicitado en
los medios.
A
muchos ha sorprendido que el motor de este cambio de discurso haya sido el más
imprevisto. Alemania ha asumido el liderazgo de una solución humana, después de
ocho años de una implacable frialdad supuestamente técnica en el afrontamiento
de la crisis económica y social que ha dejado a Europa en su peor situación
desde la recuperación de posguerra.
El
triunfo político alemán a costa de Grecia y de quienes confiaban en que la
crisis griega abriera una brecha definitiva en la tiranía de la austeridad tuvo
un alto precio en términos de relaciones públicas. La imagen de Alemania en
Europa, ya deteriorada, alcanzó mínimos históricos. Lo que coincidió, llamativamente,
con un debilitamiento del apoyo interno de la Canciller, que se vio cuestionada
por parte de los suyos, curiosamente por percibírsele cierta debilidad, al no haber apostado por la
expulsión griega del euro.
FIERAMENTE
HUMANA
Los
cientos de miles de migrantes propiciaron una oportunidad inesperada a Merkel
para mutar de villana en hada madrina de la solidaridad. Un huido sirio
resultaba menos oneroso que un pensionista griego. Y más rentable. En la
exhibición compasiva de la Canciller han pesado consideraciones humanitarias,
seguramente. Materiales, también. Alemania necesita mano de obra para compensar
un déficit demográfico inquietante. El entusiasmo de la patronal germana hacia
estos potenciales trabajadores en estado máximo de necesidad (y mínimo de
exigencia) tiene menos que ver con la compasión que con el cálculo empresarial.
Un
segundo factor de rentabilidad para Merkel ha sido la posición ejemplarizante
de fuerza. La crisis no sólo le ha brindado la oportunidad de demostrar en el
lado izquierdo del dorso tiene corazón y no una calculadora. También le ha
permitido sermonear elegantemente a sus socios europeos remisos, remolones o
directamente esquivos. Después de afirmar su superioridad en el rigor, ahora
gana también la batalla de la compasión. Vence en el terreno técnico y en el de
los valores.
Frente
a esta ofensiva ideológica y publicitaria, la izquierda europea, o las
izquierdas, han reaccionado subsidiariamente. La socialdemocracia, en su línea
de hace ya tiempo, ha asumido un papel seguidista y subsidiario. Las opciones
emergentes radicales, rebasadas en su propio terreno, han doblado la apuesta,
promoviendo iniciativas de solidaridad-plus, a veces poco realistas o
dudosamente arraigadas en la mayoría social. Ése es el peligro cuando las
propuestas políticas se desplazan de lo racional a lo emocional.
La
mala noticia es que esta oleada solidaria puede abocar en un cierto desengaño. La
pretensión alemana de que todos arrimaran el hombro ya apunta hacia el fracaso.
Es poco probable que Merkel sea capaz de doblegar la renuencia justamente de
aquellos países donde Alemania parecía ejercer una hegemonía sin contestación
desde el derrumbamiento de los regímenes comunistas. En la propia sociedad
germana brotan los síntomas de incomodidad. En Baviera, el partido local de la
confederación democristiana empieza a hacer oír su voz discrepante. La extrema
derecha se sacude la tentación de la mala conciencia. Cuando la fatiga
mediática de la compasión aparezca, se confirmará el cambio de política.
EL DESENCANTO DEL POSCOMUNISMO
En
esa apelación a los valores, se lee estos días que el malestar húngaro, polaco,
eslovaco o checo (también báltico) ante la acogida generosa de migrantes o
refugiados se debe en parte a que en las sociedades de estos país no han
arraigado aún los principios éticos occidentales. Cuarenta años de
autoritarismo, se asegura, han dejado un poso escéptico.
El
argumento es tramposo. La reticencia en esos países al fenómeno migratorio
tiene mucho que ver con sus condiciones socio-económicas y materiales. La
prosperidad que se vendió a la población de esos países se ha convertido en
desigualdad, otras formas de corrupción y una fachada de consumismo sólo para
disfrute de los ganadores. La triada venturosa de la libertad, la
democracia y el libre mercado no ha repartido dividendos por igual.
Y
en relación a los valores, el desarme ideológico que liquidó todo lo que sonara
a socialismo y a políticas públicas tuvo dos beneficiarios directos. Primero,
la Iglesia: no la compasiva, sino la ferozmente conservadora, la que afirma los
valores cristianos frente a la amenaza islámica, por ejemplo. Segundo, a veces en
convergencia con el púlpito, la extrema derecha nacionalista, xenófoba,
reaccionaria. Los partidos de izquierda han recuperado posiciones de forma
ocasional, más como reacción al desencanto que como portadores de un modelo
alternativo sólido y eficaz. Solo si se ignoran
estos elementos puede sorprender la conducta de estos países en la crisis de
los refugiados.
UN
TAL CORBYN
Y
en este discurso de recuperación de los valores, aunque desde posiciones
diferentes, puede entenderse el triunfo arrollador de Jeremy Corbyn en la
contestación laborista en Gran Bretaña. El asunto es relevante porque supone el
primer toque de atención serio en una socialdemocracia europea replegada,
asustadiza y defensiva. Lo que Corbyn plantea ya lo expusimos cuando se
perfilaba su victoria, al comienzo del proceso electivo. La confirmación de su
victoria, en este final de verano bajo la una intensidad emocional elevada,
debe abrir o recuperar la reflexión. Ni el entusiasmo que el fiasco de Syriza
ha dejado en evidencia, ni un despectivo pronóstico de fracaso del nuevo líder
laborista son aconsejables. Se impone un debate serio, sin sectarismos. La
izquierda debe demostrar que también tiene valores. Que están vigentes y que no
están enfeudados a la piadosa compasión o a los trucos publicitarios.
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