7 de Noviembre de 2014
Con
unos días ya de análisis sosegado y reflexión sobre los resultados de las elecciones
de medio mandato del 4 de noviembre y sus consecuencias previsibles sobre el
futuro inmediato, éstas podrían ser las claves a retener.
1.
La amplitud de la victoria republicana se debe en gran parte al fracaso
demócrata en movilizar a su electorado, en particular el de las minorías
hispana y afroamericana. Los "azules" siguen siendo el partido
preferido de estos grupos, pero los porcentajes de sus votantes han disminuido
notablemente y, en algún caso, han propiciado el cambio de tendencia. Si en
2012 Obama fue reelegido con más del 70% del voto latino y un porcentaje
similar o superior de votantes negros, el comportamiento ahora de estas bases ahora
ha sido mucho más discreto. Una participación nutrida de los afroamericanos
habría permitido a los demócratas conservar el escaño senatorial en Georgia,
Carolina del Norte o Arkansas (Luisiana está todavía por dilucidar); es decir
la mitad de los que han perdido. Algo parecido ha ocurrido, pero en este caso
con los latinos, en otros estados donde esta minoría resulta crucial. En
Colorado, Texas, Nuevo México y Nevada el avance republicanos entre la población
hispano-parlante ha crecido de manera preocupante para los demócratas. Si Obama
no resuelve el problema de la regularización migratoria mediante la 'acción
ejecutiva', como dijo en su rueda de prensa post-electoral, no puede
descartarse un desastre dentro de dos años.
2.
La incomunicación, las desavenencias, la falta de sintonía entre Obama y muchos
de los candidatos de su partido ha tenido un efecto devastador. Los esfuerzos
de última hora en la campaña no han podido diluir la impresión de que los
demócratas, en muchos casos, se habían esforzado en los últimos meses en
desmarcarse de la Casa Blanca. Aunque en Estados Unidos las lealtades políticas
o de partido no son como en Europa y los candidatos estatales o locales tienen
interés en demostrar su autonomía como garantía de una mejor defensa de los
intereses de sus votantes, siempre se mantiene una conexión entre los candidatos
legislativos y el Presidente. Clinton tuvo que sufrir una desafección notable
en los momentos más delicados de su mandato (tras el 'affair Levinski'),
y lo mismo le había ocurrido a Carter mucho antes, aunque por motivos muy
diferentes. Pero resulta mucho más chocante en el caso de Obama, porque ninguno
de sus antecesores demócratas había alcanzado su capacidad de movilización y
entusiasmo entre sus seguidores o simpatizantes.
3.
El peso del dinero en la determinación del ánimo electoral se ha vuelto a dejar
sentir de forma abrumadora. No sólo por el volumen, que batido nuevamente
récords, sino por la estructura. Los denominados 'super-PACS', o fondos de
financiación electoral vinculados a intereses muy poderosos y organizados han
resultado esenciales en la creación de un clima exageradamente negativo,
tendencioso y manipulador. Obvio es decir que los republicanos han sido los
principales beneficiarios, con los inefables hermanos Koch y el gurú Stephen
Law a la cabeza. Otros apoyos más "convencionales", procedentes de
las grandes corporaciones, han resultado en extremo sustanciosos. Que no
generosos: es de esperar que un Congreso dominado plenamente por los
republicanos les "premie" con una legislación especialmente favorable
en materia fiscal (ya se habla de una reforma del impuesto de sociedades) o
energética (donde los poderosos lobbies del petróleo y el gas se frotan las
manos ante la perspectiva de nuevos gasoductos, exploraciones y eliminación de
las limitaciones ecológicos).
4.
El dinero no sólo ha propiciado una visión distorsionada y engañosa de la
realidad del país y de los problemas nacionales. Lo peor es que ha hecho engrasado
la campaña más sucia que se recuerda (y las últimas no fueron suaves,
precisamente). Con el asunto del Ébola se llegó a límites de vergüenza en
Carolina del Norte, por ejemplo, otro estado que los demócratas no debían haber
perdido. Algo similar ha ocurrido con la reforma sanitaria o con la
regularización de los inmigrantes. La candidata conservadora por Iowa llegó a
decir que lleva siempre consigo su pistola para defenderse del gobierno. Los
demócratas no han sido ajenos a este juego detestable, pero en mucho menor
medida que sus rivales republicanos.
5.
El desgaste de la figura presidencial. Éste es quizás el elemento que más se ha
resaltado en la mayoría de los análisis. No sin razón. Debe, sin embargo,
manejarse la crítica al líder con cautela. Las expectativas que Obama despertó
resultaron exageradas, y no poca gente sostuvimos esa opinión. En parte, por la
novedad que representaba la llegada de un afro-americano a la Casa Blanca. Pero
también por los métodos novedosos de su campaña, la influencia de los modernos
sistemas de comunicación electrónica, el encandilamiento de la población más
joven. Al final, como se temía, el entusiasmo que se fabricó en torno al
"We Can" resultó más frágil de lo que el entramado de eslóganes y
trucos dejaba ver. En 2008, la nación estaba aún asustada por los efectos o
réplicas del 11-S, desconcertada por un radicalismo neoconservador insensato,
decepcionada por una política antiterrorista que erosionó claramente las
libertades y la imagen exterior del país y, finalmente, agobiada por la
extensión y profundidad de la crisis económica. Sobre esa amalgama de
frustraciones, pero también de aspiraciones transformadora erigió el equipo de
Obama la amplitud de su éxito. Luego, en 2012, no sin vacilaciones
inexplicables durante la misma campaña electoral, supo sacar ventaja de la
debilidad e inconsistencia de su rival, de los excesos extremistas de sus
rivales y de los primeros indicios de recuperación. Si esto no se la servido
ahora para frenar el ascenso conservador ha sido, paradójicamente, porque ha
fallado en la que parecía su principal fortaleza. Obama perdió la capacidad de
comunicar, de convencer, de seducir al electorado, de explicar sus políticas,
pero sobre todo sus cambios de rumbo, de estrategia, de posición. Querer ser
conciliador y firme a la vez exige mucha claridad de propósitos y una sólida
credibilidad. Al cabo, ambas facultades ya estaban muy mermadas en el
Presidente.
6.
La rectificación a tiempo de los republicanos en su deriva radical, extremista
e irresponsable. No es que el Partido Republicano haya vuelto al centro, pero
es cierto que se ha alejado visiblemente del Tea Party, en aparente retirada
sin remedio. Aunque su política de acoso y derribo a Obama no se ha suavizado
en momento alguno, sus líderes tradicionales han conseguido frenar la verborrea
libertaria, anti-Estado o anti-gobierno, con las excepciones antes mencionadas.
La dirección republicana ha combinado astutamente la demolición de las
principales políticas presidenciales con unas propuestas de colaboración, de
diálogo, de gestión responsable. Es previsible que su abrumadora victoria les
permita ser generosos y no cometan el arrogante error de humillar al
Presidente. Lo hicieron en 2010 y 2011 y lo pagaron caro. Estados Unidos girará
a la derecha en numerosos detalles. Pero es de esperar que el aire político resulte
más respirable, que los republicanos quieran escenificar acuerdos con la Casa
Blanca para demostrar su ánimo constructivo. Obama no lo rechazará, porque no puede
definir su legado político apoyándose exclusivamente en los decretos ejecutivos
y el veto presidencial. Vienen tiempos de pactos e hipocresía. Puro Washington.
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