4 de septiembre de 2024
La mayoría de los análisis de las recientes elecciones en dos länder del Este de Alemania se han centrado en destacar amplitud del triunfo de la extrema derecha y las consecuencias sobre la estabilidad del actual gobierno tripartido federal.
Sin duda, no por esperado el
avance de la Alternativa por Alemania (AfD) ha provocado inquietud e incluso
alarma en los círculos políticos y mediáticos del consenso centrista en el país
y en la mayoría de los países europeos . Se repite, con sus rasgos propios, lo
ocurrido en Francia o en los Países Bajos, donde partidos radical de derecha se
han convertido en la primera fuerza electoral.
Debemos resaltar esta
formulación: una cosa es ganar las elecciones y otra poder gobernar, o al menos
determinar la orientación del gobierno. En Francia, el RN (Reagrupación
Nacional) es el partido con más diputados en la Asamblea Nacional, pero no
tiene posibilidad alguna de encabezar un ejecutivo. Más allá de lo que el
Presidente de la República quiera prolongar el interinato actual y de sus
maniobras para negarle a la izquierda la responsabilidad de marcar el rumbo del
país, en ninguna fórmula posible aparece la formación de Marine Le Pen.
En los Países Bajos, el
Partido de la Libertad también fue el más votado en mayo, pero, al no contar
con mayoría suficiente, se tuvo que plegar a formar parte de una coalición amplia
de derechas, en la que marcará su impronta pero no podrá actuar a conveniencia.
Podríamos mencionar también
el caso italiano, donde la ultraderecha encabeza con holgura otra coalición
conservadora-nacionalista pseudoliberal, que ha tenido que rebajar algunas de
sus pretensiones radicales. Tras el fiasco de una alianza con la derecha
conservadora posterior a las elecciones europeas, Giorgia Meloni, jefa del gobierno,
parece decidida a recuperar parte de su programa extremo. Algunos dicen que por
despecho; otros, que nunca renunció a ello.
En Alemania, el test no ha
sido nacional, sino regional, y en el territorio más propicio para los ultras. En
Turingia, la AfD ha sido el partido más votado, con la tercera parte de los
votos (32,8%), y en Sajonia ha obtenido algo menos (30%) y queda sólo por detrás
de la CDU.
La implantación de la AfD en
el Este no es reciente. En las elecciones anteriores de Turingia ya habían cosechado
resultados prometedores. El cordón sanitario (todos contra la AfD) les había
privado de tocar poder real. Pero a punto estuvieron de hacer saltar ese veto
explícito. Sólo la intervención in extremis de la entonces Canciller Merkel
impidió un acuerdo entre la CDU y la AfD, lo que le costó la secretaría general
del partido a Annegret Kramp-Karrenbauer, llamada a ser la potencial sucesora. La
voluntad de impedir un gobierno ultra en Erfurt (capital de Turingia) se mantiene
verbalmente, pero habrá que esperar.
NO TODO SE DEBE A LA
INMIGRACIÓN
Los analistas explican esta
consolidación de la extrema derecha principalmente por sus propuestas radicales
contra la inmigración, uno de los pilares de su éxito en otras partes de
Europa. Sin duda, buena parte del electorado sintoniza con los políticos ultras
en este sentimiento xenófobo. En Alemania, por su historia y rasgos culturales,
el rechazo al extranjero enciende las alarmas. Algunos comentarios indulgentes
de uno de sus líderes sobre las SS obligaron a Le Pen a dejar a este partido fuera
del realineamiento ultra en Europa.
Pese a esto, el canciller
Scholz trató de aplacar la presentida oleada xenófoba con el anuncio de nuevas
deportaciones de inmigrantes ilegales que no pudieron acreditar las condiciones
para adquirir el estatuto de refugiados o que hubieran vulnerado la ley de
cualquier forma. De poco ha servido intentar neutralizar a la extrema derecha
con medidas que ésta plantea aunque sea de manera más demagógica y retorcida.
En todo caso, hay que
considerar que en estos dos länder de Turingia y Sajonia apenas hay inmigración
y los refugiados son muy escasos. La población conjunta de ambos apenas representa
un tercio de la que tiene el estado más poblado, Renania del Norte-Westfalia.
Por tanto, allí la inmigración ha sido más un referente que una presión real
para los xenófobos.
Por lo tanto, deben tenerse
en cuenta otros factores. El más importante, sin duda, el malestar social por
la crisis derivada de la guerra de Ucrania, el alza notable de los precios de
la energía y el descenso de la actividad económica en general. Pero no puede olvidarse
el sentimiento de abandono y marginación que, lejos de extinguirse, ha ido en
aumento en el Este tras la unificación de hace tres décadas. La sensación de
ser los perdedores de lo que se vendió como una oportunidad para una nueva edad
dorada de una Alemania democrática se hace cada año más amarga. Y no hay
perspectiva de cambio. Si escuchamos a los informadores occidentales que han visitado
estos territorios durante las últimas semanas, es fácil percibir esta
desafección hacia el centro del poder federal, que sigue anclado en el Oeste,
aunque se desplazara a Berlín tras la unificación.
LA IZQUIERDA EMERGENTE
La revancha del Este
adquiere este perfil que medios y clase política liberales caracterizan de “extrema”.
Y aquí no sólo se refieren a la AfD, sino al otro gran protagonista de las
elecciones, la Alianza Sarah Wagenknech (BSW). En torno a esta figura llamativa
de la izquierda oriental, antigua militante del partido Die Linke (La
Izquierda), lejano sucesor del SED (partido comunista gobernante entre 1945 y
1990), se han reunido numerosos militantes cansados de la falta de respuestas convencionales
del consenso centrista. En Turingia han obtenido el 16% de los votos y 15 diputados y este mismo número en Sajonia, con
un 12% de sufragios.
Los partidos de la
alternancia de gobierno considera a la BSW
como un partido “izquierdista conservador” y, por supuesto, “populista”. Esta
última etiqueta está muy manida, pero la primera despierta mayor interés. Wagenknecht
defiende un programa clásico de izquierdas, con más inversión social, pensiones
más generosas y mejores y más amplios servicios sociales. Aparte, claro está de
una compensación al Este por el daño sufrido tras la reunificación.
Pero, en contraste con esto,
cuestiona la política migratoria de los últimos gobiernos, no tanto por
xenofobia cuando por ser un recurso que interesa más el empresariado deseoso de
contar con mano de obra barata que a las clases populares nacionales. Ciertamente,
su tono ha sido en ocasiones ambiguo, como cuando ha pedido a la clase política
tradicional “más coraje” para abordar el asunto de la inmigración. Pero resulta
extraño atribuir xenofobia a un partido cuya Secretaria General se llama Amina
Mohamed Alí.
Pero lo que más molesta los
políticos convencionales y a los medios que viven de sus fortunas y desventuras
son las arremetidas de SW contra el estilo de vida yuppie de las clases
acomodadas en el Oeste y, en mejor medida, en el Este. Wagenknecht ha sido
periodista de televisión y tertuliana. Su elocuencia y acidez han sido reconocidas
incluso por sus detractores. Está casada con el que fuera líder del SPD, Oskar
Lafontaine, antes jefe de filas de su
sector más izquierdista del partido y azote notable de las anquilosadas estructuras
del partido.
La BSW ya obtuvo un buen
resultado en las recientes elecciones europeas y seis escaños en la Eurocámara.
Die Linke, su principal competidor en la izquierda crítica sólo obtuvo
tres, pero no ha permitido la incorporación de los escindidos en el Grupo Confederal
de la Izquierda Unitaria Europea. Los diputados de Sarah Wagenknecht se han
quedado en el limbo de los No Inscritos.
Ciertos comentarios apuntan
a un posible entendimiento entre “los dos extremos” para hacer saltar el cordón
sanitario. Sin entrar en desmentidos, portavoces de este nueva formación (no se
puede aún considerar partido) han rechazado esta interesada desinformación.
El otro elemento de reproche
contra la BSW tiene que ver con la guerra de Ucrania. Wagenknecht aboga
claramente por el fin negociado del conflicto, se opone a la política de rearme
de Ucrania practicada por la OTAN (y en particular por Berlín) y la detención del
programa de militarización de la actual coalición, aunque al final haya sido
menos intenso de lo anunciado. Esta alianza del descontento cree que el final
de la guerra permitirá redistribuir recursos en beneficio de los más pobres. A
los que les consideran “prorrusos” o “marionetas de Putin” replican que su
programa “condena la agresión de Rusia contra Ucrania, contraria al derecho
internacional”.
La BSW, según las encuestas,
puede superar a Die Linke y al gubernamental Partido Liberal en las próximas elecciones federales (2025) y
está a sólo tres puntos de los Verdes, el segundo partido de la coalición semáforo.
El SPD, debilitado por todos su flancos, debería escuchar a estas voces
críticas e ir más allá de alertar contra el peligro ultraderechista. Ocuparse
de las causas y no sólo ponerse a la defensiva.
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